Hace
ya varios cientos de años, en una tierra no muy lejana, vivió un joven no tan
apuesto cuyo nombre era Jack.
Jack
era un muchacho granjero, de un carácter más bien bromista y burlón así como un
tanto borracho y pendenciero. En el pueblo en el que vivía se le conocía por
sus trampas en el juego y por sus trucos para no pagar en las tabernas.
Una noche
de octubre, Jack estaba emborrachándose en un bar como era su costumbre cuando
tenía algo de dinero. En aquella ocasión sin embargo, no le quedaba ninguna
moneda y tenía en cambio bastantes deudas con el dueño.
Cuando ya el tabernero
iba a echársele encima para echarle a patadas del lugar, se le apareció ni más ni menos que la figura del mismo Diablo que se ofreció a convertirse en
moneda con la que pagar a cambio de que él le entregase su alma.
Jack aceptó
pero una vez que el Diablo se hubo transformado, guardó la moneda en una bolsa
de cuero que tenía una pequeña cruz grabada de forma que este no pudo escaparse
ni usar sus poderes. Después escapó por los pelos de la taberna e hizo el pacto
con el Diablo de que durante 10 años no tomase su alma a cambio de su libertad.
Este accedió.
Pasaron
10 años durante los cuales Jack siguió cometiendo fechorías. Cuando llegó de nuevo
octubre acudió a su cita en un bosque con el Diablo, con mucho temor.
Desesperado
por su cercano final, pidió al Diablo que le concediese como último deseo,
comer una manzana. El Diablo se encaramó a un manzano para coger la fruta y Jack
rápidamente aprovechó para tallar una cruz en el tronco del árbol usando un
pequeño cuchillo. Había vuelto a engañarle.
Esta
vez le hizo prometer que nunca tomaría su alma. El Diablo volvió aceptar y Jack
le dejó ir.
Muy
poco tiempo después, Jack murió en una taberna sin que su alma hubiese podido
redimirse de sus pecados. Como era de esperar, no pudo entrar en el Cielo.
Cuando
bajó a las puertas del Infierno, el Diablo le recordó, entre risas, que había
jurado no tomar su alma. Desolado y sin ningún lugar al que ir, Jack inició el
camino de vuelta al mundo terrenal para penar y vagar por el resto de la
Eternidad.
Si
bien el camino de regreso era tan frío y oscuro que el Diablo le dio un pequeño
destello de luz eterna que Jack guardó en lo único que le quedaba ya en su
vieja bolsa de cuero: una calabaza (o puede que fuera un nabo) sobre la que con
su cuchillo talló, a modo de última burla al Diablo, una grotesca y fea cara
que le alumbraría por el mundo de aquellos a los que no se les permite
descansar en paz.
Y he aqui que esta leyenda dio lugar en muchos países de tradición celta a la costumbre de tallar, una noche al año y coincidiendo con la vispera del día de Todos los Santos, una calabaza con una siniestra cara que pueda alumbrarnos en la noche más oscura y protegernos de los espíritus desalmados.
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