Fairy Oak

Fairy Oak

domingo, 17 de junio de 2012

El viejo que observaba amanecer en la playa.


Cada mañana llegaba a la playa, antes que ninguna otra persona. Él era quien presenciaba como el mundo aparecía cada mañana a orillas del mar. Tenía la vaga impresión de que si no lo hiciera, el sol no saldría por las mañanas ¿para qué tal derroche de belleza en un amanecer si no hay nadie ahí para verlo o apreciarlo? En su mente, inquieta aunque pausada, aquello tenía sentido.
Cada nuevo día, al preludio del alba, justo unos minutos antes de que todo el proceso diera comienzo, él se hallaba de pie como un viejo poste para los cables eléctricos, un faro sin luz, un árbol maltrecho, muerto; mirando el horizonte, con calma, esperando. Esperando a los primeros rayos de luz que serían promesa rota de la eterna madrugada.
Siempre era lo mismo pero, para él, cada vez resultaba mejor que la anterior.
Primero negritud, oscuridad, silencio solo interrumpido por el ir y venir de las olas lamiendo la arena y sus pies desnudos.  Un estado de tranquilidad innata que podía durar imperturbable durante horas. Brisa salada y fría. A veces el destello de un faro lejano.
Entonces comenzaba el caos.
A veces las gaviotas eran quienes daban el pistoletazo de salida. Sus maullidos llegaban distorsionados y chocaban contra las rocas. El cielo comenzaba a clarear, la temperatura bajaba : momento de refugiarse en su gastado chubasquero gris.
Después, las olas sonaban más fuerte. Parece increíble pero, sí, el mar sabía con certeza cuando los rayos de luz comenzaban a despuntar allí por donde la vista apenas alcanza. Y sí, el agua se rebelaba, las olas sonaban más amenazadoras, despertaban de su letargo nocturno y rugían, furiosas. Supongo que el mar se oponía a que el astro solar quitara el protagonismo a su eterna amante, la luna.
Pero el viejo y astuto Helios siempre ganaba a Selene, pues así es como ha de ser cada mañana y así es como seguirá siendo jornada tras jornada.
Entonces mira hacia arriba, hacia lo lejos y el negro empieza a fundirse, y lentamente deja paso a los colores que, impacientes, asoman más bellos que nunca, ansiosos de impresionar a su público; ingenuos, sin embargo, sin sospechar que ellos aún están durmiendo sin saber que desperdician las mejores vistas de sus vidas.
Entonces espirales de color, difuminándose, van mezclándose y dejándose paso...  Añil, rosa, morado, naranja, marrón, violeta, rojo, dorado y ... finalmente, por fin, azul... azul celeste, azul precioso, azul despejado, infinito, impertérrito, silencioso... Maravilloso.
Las aguas nerviosas se tranquilizan al notar el azul cálido en la bóveda que las cubre, vuelven a dormir placentera y pacíficamente, lamiendo tus pies desnudos, haciéndote cosquillas.
El caos se va tan rápido como ha venido, regresa la calma a la costa y el viejo respira aliviado, como cada mañana.
Las primeras siluetas de barcas a lo lejos se divisan. Se apagan los últimos faros, se despiertan los más madrugadores y comienzan a trajinar, desde la playa se les oye. Los pescadores han empezado a faenar, las gaviotas se preparan para su próximo festín.
Aqui acaba hoy mi trabajo, piensa el viejo, al menos hasta mañana. Y paseando, sin prisas, baja el camino de la playa y se dirige con pesadumbre a su vieja morada; se marcha.
Pasa desapercibido por todos con quienes se cruza de vuelta. Ingratos, se dice amargamente, no tienen ni idea de cuánto les han dado y sin pedirles nada a cambio.

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