Por fin, tras una dura jornada de trabajo, llegaba a casa. Agotada pero contenta, al fin y al cabo.
Nada más abrir la puerta y entrar, percibió que algo iba mal. Había un olor desconocido en el aire. Deseó que tan solo fueran imaginaciones suyas.
Recorrió su propio pasillo lentamente, con un cierto temor que le subía por la espalda. Al llegar a la entrada del dormitorio, supo, antes de abrir la puerta, lo que se iba a encontrar dentro. Podía escuchar el ruido que hacen los muelles de la cama, subiendo y bajando frenéticamente.
Sobre la cama de matrimonio dos cuerpos entrelazados se agitaban, solo cubiertos a medias por las sábanas. El de ella, le era desconocido por completo. Estaban tan ensimismados que tardaron unos segundos en darse cuenta de su presencia. Al verse sorprendidos, su reacción no fue la de separarse rápidamente, como a veces había visto en las películas, sino que se abrazaron como si quisieran protegerse mutuamente, sus ojos reflejaban sorpresa y sentimiento de culpa.
Cerró la puerta sin esperar a que hablaran. Volvió a recorrer el pasillo, lentamente. Esta vez no había miedo que le recorriera la espalda, tan solo una sensación extraña en el estómago. Se dirigió al salón. Cogió un paquete de tabaco y un mechero que estaban sobre la mesita, junto a un bolso que no le era familiar.
Salió al balcón y se apoyó sobre la baranda. Se encendió un cigarrillo. Nunca le había gustado fumar pero, esta vez, por algún motivo, la sensación que le producía el humo, bajando hasta su pecho, le reconfortaba. Tuvo la impresión de que el humo subía también a su cabeza y le nublaba su mente... Incapaz de pensar nada en concreto, se limitó a mirar hacia abajo, hacia la ciudad, tratando de recordar dónde vivía antes de mudarse.
Oía voces de fondo, sin entender lo que decían. Alguien más salió al balcón y le abrazó tímidamente por la espalda. Reconoció la camisa y los brazos, pero el aroma le era extraño.
Nadie dijo nada. En la ciudad comenzaba a anochecer.
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