Capítulo I: La Biblioteca
Era la noche de un martes cualquiera. No es que los martes sean un día especial para nadie pero para mí, que llevaba ya tres meses en paro, todos los días resultaban iguales.
Esa noche en concreto estaba en el bar Acrópolis, sí, así se llamaba. No era mi local favorito, ni mucho menos. No estaba mal, tenía grandes fotografías en blanco y negro de numerosos monumentos de la Antigua Grecia (o bueno, monumentos antiguos de la actual Grecia). Contemplarlos fue lo más cerca que estuve nunca de viajar a la cuna de la Odisea y la Ilíada.
La noche del lunes también había estado en la Acrópolis, y también todas las noches de la semana anterior. Ya era, prácticamente, como mi segunda casa. Iba allí porque no quería pasar mis horas de tedio en mi bar favorito, La Biblioteca, se llamaba, probablemente por la cantidad de célebres autores que allí habían escrito sus obras. El lugar en sí poco tenía que ver con los edificios que le daban nombre: La Biblioteca era un local diminuto pero tenía tres pisos conectados por una carcomida escalera de caracol. La Acrópolis era una única sala enorme. La primera no tenía fotografías ni ningún otro adorno en las paredes pero sí un montón de esculturas de cristal de colores hechas por el propio dueño, que decoraban la estancia. En la Acrópolis había muchas camareras de muy buen ver y los clientes solían hablar a gritos. En La Biblioteca, haciendo honor al nombre, se susurraba.
No quería trasladar mi aburrimiento a mi bar favorito, ni convertirlo en un lugar aborrecible; por eso iba a la Acrópolis. Pues bien, allí me encontraba, un martes cualquiera, consumiendo mi tercera copa y eso que no era ni medianoche. No bebía alcohol en La Biblioteca, aquel recinto sagrado. Pero sí en la Acrópolis, y en grandes cantidades, aunque tampoco me hacía apenas efecto. No en vano soy poeta, me decía a mí mismo.
Total, que estaba ya apurando mi vaso de whiskey, si es que se podía llamar así a ese mejunje asqueroso, cuando noté unos golpecitos en mi hombro derecho. Me giré y me encontré con un hombrecito que llevaba sombrero negro.
-¡Javier!-Me gritó, y solo entonces, al escuchar su leve acento francés, le reconocí.
-¡Miguel!- Respondí con voz algo ronca. Me abrazó y me estrechó la mano de forma familiar como era su costumbre.
-Caramba, amigo, no esperaba encontrarte en ningún bar que no fuera el antro de La Biblioteca.
-Vengo aquí cuando no consigo escribir y La Biblioteca no es ningún antro, es un verdadero templo.
-Claro, claro, un templo como ese de ahí- Dijo riendo mientras señalaba la fotografía del Partenón- Así que no escribes ¿eh? Pour quoi? ¿Problemas para inspirarte?- Negué con la cabeza y luego asentí, a regañadientes. Miguel era escritor también, con la diferencia de que él era realmente bueno, había publicado tres novelas en dos años, todas ellas increíbles. Yo no había escrito nada de calidad probablemente desde la universidad. Gracias a Dios, tampoco lo necesitabas para que te publicaran pero, últimamente, ni siquiera conseguía eso.
-Bueno, hombre, no pasa nada- me dijo- ya verás que al final se te ocurre algo bueno, tarde o temprano siempre llega la inspiración; créeme.
No sé si fue que vió la negatividad de mis ojos o que olió los litros de alcohol malo en mi aliento. El caso es que se me acercó un poco y bajó la voz para hablarme en tono de confidencia.
-Escucha, conozco a alguien que puede ayudarte y no me importa presentártela, hace verdaderas maravillas- ¿presentármela?- Es una amiga mía... bueno, no sé si decir tanto pero nos llevamos muy bien y a mí me ha sido de mucha utilidad en esto de escribir- ¿De verdad me veía tan desesperado como para presentarme a una amante?
-Gracias, Miguel, pero no necesito...
-¡No te preocupes, hombre! No es ningún problema. Es una chica encantadora, no trabaja para cualquiera pero tú no eres cualquiera, le he hablado muy bien de ti y te ayudará si se lo pido, sin cobrarte ni nada por el estilo, por supuesto- ¿Hablaba de una puta?
-¡No necesito una mujer, necesito...- No me estaba escuchando, estaba escribiendo algo en un trozo de papel.
-Solo se la puede contratar si es el propio cliente quien la llama, así que aquí te dejo su número de teléfono... Seguro que os entendéis de maravilla, ya me contarás el resultado, no me des las gracias- Me guiñó un ojo- Y ahora si me disculpas, chaval, tengo importantes asuntos que resolver por aquí- por su mirada adiviné que acababa de descubrir a la camarera pelirroja de los martes- Mucha suerte con ello, Au revoir, mon amie!
-Sí, claro, agur- Respondí de mal humor, aunque él ya no me prestaba atención.
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