No, de súbito no. ¿Súbitamente?
Escalé unas escaleras
que no estaban ahí
porque me las había inventado.
Llegué al gran azul.
Sí, hablo del cielo.
Las ranas voladoras no me vieron
pero un pelícano me gritó:
-¡Eh, oye!-
y nada más.
Pronto me encontré
en medio de un bosque de nubes.
En mi mapa no aparecía
pero lo estaba buscando.
Me enfadé.
Quiero decir, que me alegré.
Saqué mi estuche de acuarelas
cogí prestadas unas gotas de lluvia
cogí mi mejor mechón de pelo
y lo usé de pincel.
Primero el azul, luego el violeta.
Como no sabía qué dibujar,
lo dibujé todo,
empezando por un cementerio de rosas
y terminando con un planeta perdido.
Al final busqué el color negro
y escribí.
Escribí un largo poema
sobre una nube blanca y blanda.
Anoté los versos
que mi cabello me dictaba
o tal vez eran mis pulmones
llenos de aire salado.
Cuando sentí que había acabado,
la nube se acercó a mí
flotando
y me susurró una despedida.
Después se alejó volando,
volando, volando, volando...
Tal vez la nostalgia que me invade
a ella también la entristezca
y lluevan, en forma de lágrimas,
las palabras de este poema.
Gracias a M.A. por darme su idea sin saberlo