Al lector que desee disfrutar del relato, no lea el mensaje en color púrpura del final hasta haber acabado el relato escrito que presento a continuación. ¿Qué hará ahora que sabe esto? ¿Leerlo antes... o no?
SUR-REA-LISM
Miré
a mi alrededor sin saber dónde me encontraba. No recordaba cómo había llegado
hasta allí. Tampoco recordaba haber estado nunca en un lugar semejante.
Poco
a poco mis pupilas se habían acostumbrado a la penumbra, observé en silencio la
estancia en la que me encontraba. Solo veía mesas y sillas de todos los tamaños
y formas a mi alrededor. Una superficie horizontal enfrente de mí. Parecía la
barra de un bar. ¿Lo era?
Tras
la barra, numerosos estantes llenos de botellas medio vacías, botes de pintura,
viejos relojes y otros cachivaches. Una espesa, aunque fina, nube de humo gris
sobre mi cabeza. Música de jazz alegre de fondo, suave, relajante. Sin duda, un
bar. Un bar vacío. Pero no me resultaba familiar. ¿Sería la amnesia
consecuencia del alcoholismo? Pero tampoco recordaba haberme emborrachado
jamás. El alcohol me provoca náuseas y ganas de vomitar…
-Eh,
chaval- La voz me sacó de mis pensamientos y me obligó a levantar la mirada de
la barra.-chaval-repitió- Oye, ¿vas a tomar algo o qué?
La
voz provenía de detrás de la barra. El hombre me miraba entre molesto y
cansado.
-Sí,
claro. Supongo que sí.
-Pues
tú dirás- replicó, manteniendo el tono de fastidio. Miré su rostro atentamente,
algo no me cuadraba pero ¿el qué? Orejas grandes, colmillos curvados, nariz
alargada… Me sugería algo pero no lograba acertar qué me recordaba.
-Bueno,
póngame un refresco de cereza- Suspiré.
-
Cereza, ¿eh? ¿No preferirías una buena copa de Gala?
-
Gracias, pero no tomo alcohol.
-Como
quieras- dijo, y se dio media vuelta para buscar alguna botella, mientras
refunfuñaba.
Mientras
escuchaba el jazz, permanecí impasible y neutro mirando al frente. De repente,
mis ojos se centraron en uno de los relojes de los estantes. Lo observé largo y
tendido. No se estaba quieto. Estaba… en movimiento. Se doblaba. Se estremecía.
Se retorcía.
Me
fijé mejor en el estante. Todos los relojes se comportaban igual. Se movían. Se
doblaban. Se estremecían. Se retorcían. Una y otra vez…
-Eh,
oye- De nuevo la voz me despertó de la ensoñación.-Estamos espesos hoy, eh- El
encargado me había servido ya y estaba esperando a que yo reaccionara, con el
ceño fruncido.
-Deje
en paz al muchacho- La nueva voz venía de mi lado derecho. Era un parroquiano
que bebía lo que parecía ser una jarra de cerveza. No le había visto antes,
pero llevaba ahí desde antes que yo, ¿no?-El chaval estaba observando los
relojes, ¿no es así?
-Eh…
sí, así es. Era, quiero decir.- El encargado volvió a lo suyo. El jazz fue
desvaneciéndose y dio paso a una melodía melancólica, tal vez violines.
-Unos
relojes peculiares, ¿no le parece?
-¿Cómo?
-Los
relojes, muchacho, los relojes. Sin duda, la memoria que persiste es la que
causa estos estragos.
-Sí,
claro, sin duda…- una brisa de olor agrio me golpeó la cara. Observé a mi
interlocutor. Era curioso, pero su aspecto sí me recordaba en cierta manera
peculiar, aunque estaba seguro de no conocerle en absoluto. Su apariencia no
era fuera de lo común, ¿o sí? Abdomen blando, cabeza de múltiples ojos pequeños
y brillantes, antenas delgadas y sombrero de copa.
-¿Cuántos
sueños cree usted que puede albergar una única carpa dentro de una granada?
-¿Cómo?
-Bueno,
ya sabe, la conversación estaba un poco parada y el silencio me causa cierto
malestar que…
-Disculpe,
me distraigo con facilidad.
-Ya…
¿No será usted alcohólico por casualidad?-El tono en que hizo la pregunta me
dio a entender que estaba muy molesto de repente.
-No,
todo lo contrario. El alcohol me da arcadas.- El individuo pareció relajarse.
-Muy
bien, muy bien. Es que yo soy médico, ¿sabe? Me tomo estas cosas muy en serio.
-¿Es
usted médico?
-Desde
luego, y de los mejores; me atrevería a decir. ¿No se ha fijado usted en mi
sombrero? Los detalles son los detalles.
-Sin
duda…- Nuevamente permanecimos un buen rato en silencio. Ya no se oía música de
ninguna clase. De vez en cuando, escuchaba algo así como maullidos de gato
lejanos. O tal vez fuesen grillos cantando.
Nuevamente, mi acompañante de barra
tuvo que romper el hielo.
-
¿Y no bebe usted, de todas formas, una copita de Gala? No tiene nada de
alcohol, se lo aseguro. Puedo convidarle si lo desea. A ella le gustaría.
-¿Ella?
-Gala.
La dueña de este bar.
-
Pero yo creía…
-¡Pero
se equivocaba!- Me interrumpió riéndose estrepitosamente- Es usted más equívoco
que los largos y retorcidos bigotes de un relojero totalmente chalado. Pero
mire, por allí se acerca ella. La más hermosa que pueda encontrar, se lo
aseguro.
Chalado,
desquiciado. Por las escaleras que hasta ese momento no había visto descendía
elegantemente una dama que llegó hasta nosotros y nos sonrió con la mirada.
Médico y camarero se pusieron a charlar despreocupadamente de todo y de nada,
sobretodo de nada, ignorándonos por completo.
-Buenas
noches, señorita.- Saludé muy cortésmente. Ella se limitó a inclinar la cabeza.
Era algo más alta que yo. La música había regresado. Sonaba algo histérica y
agobiante, pero yo solo tenía oídos para el silencio de Gala. No había ningún
olor que pudiera percibir. Solo a ella la percibía. No hacía ni cinco segundos
que la conocía y ya lo deseaba todo de ella. La deseaba.
Charlamos
durante minutos que se me hicieron horas. Los relojes ahora estaban quietos y
poco a poco, se derretían como la mantequilla al sol. Pero yo solo tenía ojos
para ella. Era tan elegante, tan bella, tan sutil… No podía apartar la mirada
ni aunque quisiera.
Bebí
numerosas copas de Gala y me emborraché sin necesidad de probar una gota de
alcohol. El parroquiano y su interlocutor nos observaban de reojo divertidos.
En un momento determinado, nos hicieron una seña con la cabeza en dirección a
la escalera. Sin pensarlo subimos, agarrados, peldaño a peldaño, y penetramos
en un pasillo oscuro y frío. Me dirigió a una puerta, tras la cual se encontraba
un cuarto pequeño, algo insulso, sin muchos muebles, pero más cálido que el
resto del establecimiento.
Gala
me tumbó en una enorme cama. Era tan grande que casi ocupaba toda la estancia,
una cama de matrimonio confortable. Sabíamos lo que queríamos cada uno del
otro. Deseaba reposar con ella. Su belleza. Su tez verdosa, su figura esbelta, sus
colmillos, sus patas largas y afiladas, su mirada de vidrieras negras…
definitivamente: Ella.
Gala,
Gala. Repetía su nombre de forma pasional una y otra vez mientras ella me
desnudaba y me besaba con lentitud y maña.
Continué
repitiendo su nombre mientras ella me devoraba. Sencillamente, lenta, pausada y
fríamente, con sus fauces arrancaba pedazos de mi cuerpo y, poco a poco, me
devoraba.
Se
movían. Se doblaban. Se estremecían. Se retorcían. Una y otra vez…
De
fondo, a lo lejos, volvía a sonar una alegre, suave pero agradable, melodía de
jazz.
Como el lector habrá podido observar, si tiene conocimientos más o menos básicos de literatura y arte, en este relato me he inspirado en los artistas Kafka y Dalí, logrando una historia algo surrealista y kafkiana, probablemente incluso levemente perturbadora. Espero que captéis todos los pequeños detalles y referencias, y que disfrutéis con su lectura (o no).
Mención especial a Lu, ya que gracias a su concurso literario me animé a acabar este relato que llevaba tiempo queriendo escribir aunque me temo que no he llegado a tiempo para presentarlo en su concurso porque a mí me lleva mucho tiempo acabar mis "obras", soy un tanto vaga (demasiado) y dejada para la cosa de escribir. Por eso mis relatos y poemas suelen ser más bien cortos jejejeje...
¡Gracias, Lu! Espero que te guste ;)