Miguel volvió de Londres
el día de nuestro cuarto aniversario, después de tres meses sin
pisar España. No fue una casualidad, tenía planeado darme una
sorpresa en una fecha que sabía que era especial para mí. Ese tipo
de detalles son típicos de él. Lo único es que yo soy una
impaciente y le obligué a confesarme la sorpresa dos días antes de
su llegada.
Nada más aterrizar, me
llamó desde el aeropuerto para pedirme que fuera a recogerle con el
coche, así que comencé a vestirme rápidamente. Sin embargo, mis
dedos no lograban abrochar los botones de mi ajustada camisa, porque
temblaban exageradamente, y no de emoción como pensé en un
principio. Toda yo temblaba, como un móvil en modo vibración. Una
ráfaga de violentos estornudos confirmó mi sospecha: la gripe se
había apoderado de mis carnes. Justo en el momento menos adecuado,
como siempre.
Vestida solo a medias, me
enterré bajo una pila de mantas y cojines rosas y envié un mensaje
a Miguel, para luego tumbarme a esperar que apareciera mi caballero
inglés, con una caja de bombones bajo el brazo... o de ibuprofenos.
No tardó en sonar el timbre de la calle. Me arrastré cual gusano
hasta el telefonillo y apreté el botón sin descolgarlo. Abrí la
puerta y permanecí envuelta en mi capullo de seda que era la manta.
Mi novio apareció en la
puerta, con una enorme sonrisa y una caja de regalo demasiado pequeña
para ser chocolate. Me abrazó con fuerza y se dio cuenta de que
estaba tiritando. Me cogió en brazos (lo sentí por él, mi culo
había aumentado su tamaño en los últimos meses) y me llevó, con
manta y todo, a la cama, donde me puso el termómetro.
Empezó a contarme cosas
de Londres y de la universidad, hablando con algo de acento inglés
(o eso me parecía). Yo le escuchaba solo a medias mientras miraba su
cabello y me asaltaba, por alguna extraña razón, la duda de si
siempre había sido tan rubio. Entonces sonaron unos pitidos y dejó
de hablar para comprobar mi temperatura. 38 grados y, por los
temblores, subiendo. Decidió que era mejor dejarme dormir, y yo
acepté con la condición de que me dejara abrir mi regalo.
Era una de esas figuritas
de plástico cabezonas, que se mueven cuando les da la luz solar. La
reina de Inglaterra en miniatura saludaba desde mi mesilla.
Normalmente esas tonterías me hacen mucha gracia, pero en ese
momento hubiera preferido chocolate y una bolsa de hielo para la
cabeza. Miguel se despidió con un beso en la mejilla y yo me quedé
sola y tirada en mi cama, cubierta con la manta-capullo de seda.
Intenté dormirme con
todas mis fuerzas. Cerraba los ojos, contaba hasta diez mentalmente y
luego los abría, para comprobar que las cortinas seguían en su
sitio. Siempre se mueven, cuando tengo fiebre, y yo me quedo mirando
las caras que aparecen en sus pliegues. Volví a cerrar los ojos e
intenté dejar de tiritar. Entonces fue cuando escuché la voz, que
hablaba con un acento inglés muy marcado.
-Good Afternoon! Tienes
un habitación very beautiful.
Abrí los ojos y miré a
mi alrededor. No vi a nadie.
-Here, a tu derecha, my
dear. Estoy en la mesilla.
Vale, era la reina de
Inglaterra la que estaba hablando. Decidí responderle, porque total,
era evidente que no me dormía.
-No sabía que los
souvenires ingleses hablaran. ¿Te importaría dejar de mover la
mano? Me pone un poco nerviosa.
La figurita sonrió sin
pestañear. Llevaba un abrigo azul y una corona sobre la cabeza.
-I am so sorry, estoy tan
acostumbrada a saludar a mis súbditos que ya nunca puedo parar de
hacerlo. La muñeca me duele un poco.
-Bueno, no te preocupes.
A mí me duele la cabeza pero puedes darme conversación si quieres
porque me aburro bastante. Cuéntame cosas de Inglaterra o de tu
palacio.
-Ay, my darling, de quien
debo hablar a ti es sobre tu querido boyfriend.
Intenté incorporarme y
me dio un ataque de estornudos. La Reina me tendió un pañuelo de
tela del tamaño de mi dedo meñique.
-¿Hablas de Miguel?
-Well, of course. Debes
saber, my dear, que ese chico ha estado teniendo citas cromáticas
con una chica en Londres. ¿Lo he dicho bien, cromáticas? Me refiero
a una cita con besos y flores y esas cosas.
Me quedé un rato
callada, mientras la reina seguía saludando y mirándome.
-Creo que te refieres a
románticas, no cromáticas.
-Well, thank-you. Y si
quieres mi opinión, creo que eres mucho más simpática que la nueva
girlfriend de Miguel. Y tu pelo es mucho más bonito. Aunque ella es
inglesa de nacimiento, no te ofendas, los españoles no son tan
horribles. La chica es guapa, también. La he visto muchas noches,
desde la mesilla de noche.
Volví a quedarme callada
y me puse a pensar. La cabeza me seguía doliendo y todavía sentía
fríos febriles, pero me daba igual. Había tomado una decisión.
Cogí mi móvil y pulse el botón de llamada.
-¿Miguel? Soy yo. Vuelve
a mi casa ahora mismo, tenemos que hablar. No disimules, me he
enterado de todo. Me lo ha contado la reina de Inglaterra.