Salgo del agua y me
lanzo sobre la arena en plancha. ¡Plaf! Está suave y caliente; comienzo a rodar
y me rebozo. Soy una albóndiga. Me quedo así mucho rato esperando a secarme
para que la arena se despegue de mi cuerpo y caiga por sí sola. No lo hace. No
me apetece mucho moverme.
Unos niños que juegan
con la pelota me ven y me gritan ¡croqueta! Los pobres, no tienen ni idea. Sigo
aquí tirada. Con la nariz cerca de la orilla, cuento las olas; una, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete, ocho… me aburro a la ciento cuarenta y tres y aún
no se ha hecho de noche. ¿A qué hora se pone el sol? No parece que ninguna de
esas gaviotas lleve reloj.
Me levanto y doy varios
saltos. La arena se cae. Los niños de la pelota ya no están pero les hubiera
encantado ver a la croqueta saltarina. Busco durante un buen rato mi ropa hasta
que me acuerdo de que he bajado a la playa solo con bikini y sombrero. Busco el
sombrero pero no aparece por ninguna parte. Ya he perdido tres en lo que va de
verano. Bueno, aún me quedan otros cinco. Comienzo a andar de vuelta a casa.
Antes de atravesar la línea de chiringuitos
que separa la caliente arena del ardiente asfalto, dos tíos me salen de la nada
y me cortan el paso en una especie de salto salvaje. Son dos guiris muy rubios
y muy, muy quemados. Uno de ellos me pone un vaso enorme en la cara. Está lleno
de un líquido no mucho más rubio que él mismo.
-¡Hola chica guapa!
¿Cerveza? ¿Vienes a fiesta? ¿Vives aquí?-me medio grita de forma muy
entusiasta. Intento sonreír aún más que ellos al responder:
-Claro, claro, ¡Cerveza!
Me encanta- Cojo el vaso que me tiende y guiño un ojo al otro chico- ¡Me gusta
tu sombrero! ¿Puedo probármelo?- El guiri número dos se quita su sombrero de cowboy
y me lo pone en la cabeza. Ambos se ríen bastante. Me repiten lo de chica
guapa, un par de veces.
-Chicos, voy a por mi
ropa y vuelvo, ¿vale?- Asienten con la cabeza aún riendo. Me encamino hacia la
hilera de casetas donde los bañistas se cambian y, en cuanto pierdo de vista a
los guiris, cruzo corriendo la carretera de la playa. Pienso que no ha sido tan
buena idea cruzar por la única parte que tiene piedras, contando con que voy descalza;
pero por mi sombrero nuevo merece la pena. Tampoco me gusta que me llamen chica
guapa.
Bebiéndome la cerveza,
que tampoco está tan buena, subo sin mucha gana la cuesta hacia mi piso. Abajo,
a mis espaldas, está empezando a anochecer en la playa.