Cansados de tanto mirar,
mis ojos se desprendieron de sus cuencas.
Dijeron "¡Hasta luego, nos vemos!"
Y de un salto desaparecieron.
Privada de la vista,
el ordenador y el móvil no parecían ya interesantes.
¿Qué hacer, entonces?
Cogí un libro pero no podía leerlo.
Miré un cuadro pero no podía apreciarlo.
Salí a la calle, aburrida.
La gente me veía
pero yo no los veía a ellos.
Tan solo vagaba por ahí,
a tientas.
Y, de pronto, ocurrió.
Escuché con atención
y me di cuenta
de que oía cantar a los pájaros
y hablar a las personas.
Mi nariz percibió el olor
a lluvia y a verano.
Mis dedos acariciaron
y mis labios sonrieron a todo el mundo,
indiscriminadamente.
Paseé y paseé.
Sin saber por dónde ni con quién,
durante varias horas,
hablé con mendigos,
prostitutas y drogadictos.
Al final, se hizo de noche
sin que me diera cuenta.
Regresé a casa, pensando
¿Cómo he podido estar tan ciega?
Ya en mi cuarto, me encontré con mis ojos
que gritaban "¡Hemos vuelto!"
Sonreí y les dije "Esta noche no os necesito".
Me fui a dormir, agotada, y por primera vez
soñé sin ver mis sueños.