Amaneció
una mañana de mayo,
Amanecí
con ganas de cantar.
Recuerdo
una vez que vi
una
muchacha joven
bajando
la carretera
que
une la primavera
y
el verano.
Recuerdo
que llevaba el pelo largo
demasiado
enredado para ser juzgado.
Recuerdo
que tenía
labios
de lagarto
piel
de fresa
nariz de piel de melocotón.
Recuerdo
que sonreía.
Recuerdo,
no
me hagáis mucho caso,
que
iba descalza,
con
los pies llenos de barro
y
heridas.
Recuerdo
que,
cuando
soplaba el viento,
cerrando
los ojos,
sonreía
entre sus cabellos alborotados.
Recuerdo
que cuando el sol
llegó
a su punto más alto,
miró
a su sombra y vio que era
más
corta que nunca
y
esto le hizo mucha gracia.
Que
oyó el canto de los pájaros
sin
saber de dónde procedía,
Que
escuchó grillos
y
también sus propias pisadas
Aunque
no iba contando sus pasos.
Su
piel en la espalda se tornaba roja
pues
Helios la estaba abrasando
aunque
ella no se dio ni cuenta ese día.
Y
cuando el firmamento se veía ya naranja
y violeta,
Y
cuando la brisa se hizo más fría
entre
los campos,
se
acercó a un riachuelo
y
se sentó un rato a descansar.
Y
permaneció allí,
entre
la hierba alta,
escuchando
a las aguas cantar.
Y
observó como la corriente también bajaba
siguiendo
su mismo destino
y
sintió un escalofrío
pues
había algo de viento
y
se entristeció un momento.
Entonces
a su cabeza
vio
aparecer un manto negro
de
terciopelo y prendidas
miles
de alfileres blancas.
Y
apartó la vista del cielo
Así
como del riachuelo
Se
levantó pesadamente
y
siguió con su camino ligera,
bajando
la carretera que une
el
verano y la primavera;
silbando
a ratos
Como
las aves que emigran
buscando
el calor.
Y
quién sabe cuánto más
continuará
caminando.
Eso
es lo que recuerdo.
Si
la memoria no me falla…