Escribo desde la soledad. A mi vista queda una gran ventana. Fuera es casi de noche, lo presiento en el horizonte. A pesar de ser viejas tardes de abril, aún huele el aire a frío de febreros. Miro a lo lejos. El cielo nos engaña, me doy cuenta de que es mar en realidad, su extensión inabarcable está bañada en tintes azules y violetas y sus olas tienen aspecto esponjoso y se llaman nubes. Contemplo y con tristeza comprendo la cantidad de personas que no pueden contemplar este maravilloso espectáculo. No se si compadecerlas o envidiarlas. En el fondo de sus almas, sé que lo prefieren así aunque no tengan ni idea; huir de la tristeza que provoca la visión de los paisajes bellos.
De repento me sorprendo filosofando. ¿Estaremos arriba o abajo? ¿Nos habremos siempre engañado pensando que correspondíamos a la tierra cuando es el cielo lo que habitamos? ¿Nos observarán las nubes buscando formas curiosas en nuestros cuerpos?
Hay una rara y particular belleza en los haces de luz que flotan en el cielo nocturno y no me refiero a las estrellas. Esas doncellas son un lujo no permitido entre los tejados de una ciudad. No. Me refiero a las ventanas iluminadas, diminutas partículas de vida flotando en un espacio casi a oscuras.
Ya está, ya es de noche. Ya solo una franja violeta intenso sobrevive al apócalipsis del día de hoy. Pero si me apuras, te diré que mañana puede ser un día mejor que el de ayer y así sucesivamente.
Hay una catedral que me está mirando. También la observo yo a ella, se trata de un enfrentamiento de miradas en el que yo soy la derrotada. Su mirada nunca parpadea. Considero que su iluminación deja que deseear pero no puedo objetar nada contra los gigantes de piedra que permanecen impasibles al paso de las eras. También me observa una calle y una carretera y una torre y semáforos y vías y persianas y vehículos y antenas y...
Y echo de menos estas vistas antes de haberme marchado, aunque no suela adelantar acontecimientos.
La visión siempre me evoca recuerdos. Se trata de un paisaje eterno con pequeñas modificaciones que, como los monumentos, permanece. No por eras centenarias, pero si por las eras que son mis días.
Una tras otra que forma toda una vida, que es la mía.
Me pregunto qué sería de mí si perdiera el sentido de la vista. Vería el Mundo de otra forma-no lo vería-miraría, pero no vería; en cambio podría ver mejor de otras maneras-on ne voit bien qu' avec le coeur. L'essentiel est invisible pour les yeux-.
Antes estaba mintiendo. Las estrellas sí pueden divisarse desde este pequeño rincón del Mundo-mi Rincón-.
Son preciosas. Son siempre las mismas. Permanecen. No eternamente. Son milenarias. O quién sabe. ¿Quién pregunta a las estrellas acerca de su vida? Yo no lo he hecho nunca. Según lo que dicen, si les formulase cualquier pregunta, no les llegaría hasta dentro de miles de años. Para aquel entonces yo no podría escuchar su respuesta. Esto lo sabemos todos, pero no perdemos la ilusión y seguimos contándoles nuestras confidencias, nuestros deseos. Y ellas nos escuchan, silenciosamente, a miles de años en la lejanía, pero a la vez tan cerca.
Ya es de noche, noche negra. Son las diez menos seis minutos. Solo queda una ilusión de luz que se extenguirá enseguida, cuando no esté mirando. Solo la contemplación del cielo nocturno llena cualquier pecho de poeta de emociones y sentimientos. Y asi hasta que irrumpa el amanecer de nuevo.
Este fragmento lo he escrito desde dos de las ventanas de mi casa, inspirandome en lo que veo a través de ellas por la noche. la foto que es puesto la he encontrado en Google y no se corresponde con lo que veo pero algún día haré una buena foto desde la ventana y la pondré :)